lunes, 28 de febrero de 2011

¿Por qué soy importante?

Habitualmente vemos muchas respuestas a esta pregunta: porque eres único, porque hay otras personas que te aman, porque eres un ser humano, etc. Pero, francamente, a mí no terminan de responderme acerca de mi propia importancia. Parecen más estereotipos. Todas las cosas de universo son únicas, otras especies pueden ser también dignas de respeto, etc.
Si buscamos un símil, podemos preguntarnos por qué un diamante es valioso y un guijarro no. La respuesta es obvia, porque el diamante es escaso y tiene unas propiedades atractivas o útiles, mientras el guijarro es muy común y sus propiedades son menos "especiales". Pero al final, es valioso porque debido a esas características alguien está dispuesto a pagar un alto precio de por el diamante que no está dispuesto a pagar por el guijarro. Es decir, el valor o su importancia estriba únicamente en que alguien (o muchas personas) lo consideran valioso.
Del mismo modo, las personas somos importantes porque alguien nos considera importantes. Sólo por eso. Ahora bien, podemos perseguir que los demás nos consideren importantes, lo que implica depender de ellos para obtener esa consideración o darnos importancia nosotros mismos, lo que nos permite controlar nuestros sentimientos y nuestra vida, ya que no necesitamos complacer a los demás para que nos halaguen.
Por tanto, yo soy importante porque decido serlo. Porque sin mí yo no sería nada. De hecho, desde mi perspectiva, el mundo ni siquiera existiría si yo no estoy.
Yo juzgo si las cosas del mundo, de la vida, me gustan, me parecen bien, me parecen mal, no merecen mi atención... Por tanto, yo decido parecerme bien a mí mismo. ¿Y por qué decido ésto? Porque lo contrario es garantía de infelicidad. Es decir, si quiero ser infeliz no tengo más que decidir que no me gusto y no soy importante. Y como yo prefiero ser feliz a infeliz, prefiero decidir que sí soy importante. Lo más importante del mundo, ya que soy el centro de mi perspectiva del mundo.
Sin embargo, esta visión que puede considerarse intelectualmente correcta, puede no estar bien establecida en nuestros sentimientos, ya que podemos estar pensando que cada cosa que hacemos o pensamos es incorrecta. Por ello, voy a preguntarme con cada pensamiento o sentimiento ¿Qué tiene de malo haber pensado o sentido esto?
Por ejemplo, si pienso que ahora me siento solo y nadie me comprende. ¿Qué tiene de malo haber pensado ésto? Nada. Es simplemente un pensamiento que ha pasado por mi mente. Si me preocupa estar solo puedo llamar a amigos, y si no los tengo, acudir a alguna actividad que me permita conocer gente o simplemente presentarme a personas que vea por la calle. Si nadie me comprende, puedo aprender a explicarme, o conformarme con comprenderme yo mismo, o decidir que lo que busco no es comprensión, sino aprobación y me basta con la mía. No he hecho nada malo por pensar eso y no haré nada malo si lo vuelvo a pensar. Yo puedo pensar lo que mejor me parezca. Y también puedo sentir lo que me parezca. Si quiero sentir lástima de mí mismo ¿qué? son mis sentimientos. Y si decido sentirme feliz ¿qué? son mis sentimientos. Nadie puede decirme si siento bien o mal, si son correctos o incorrectos. Eso no existe, por más que haya quien quiera imponernos cuándo debemos divertirnos, aburrirnos, sentirnos tristes, alegres, etc.
En conclusión, yo soy importante porque decido serlo, y eso me permite pensar, sentir y actuar libremente. Soy mi único juez relevante (aunque haya muchos más jueces que me quieran juzgar no tengo por qué acatar sus sentencias) y si quiero, puedo elegir sentirme mal, o bien, sin ningún motivo que explicar o justificar a los demás ni a mí mismo.

jueves, 24 de febrero de 2011

Para añadir al refranero

Quien confía en los tribunales
aún no conoce todos los males.
Quien confía en la justicia
hallará la desdicha.
Sólo puedes confiar en las personas de buen corazón
y alejarte de quienes siempre quieran tener razón.