Un empleado de una corporación realiza
prácticas que rayan la inmoralidad y en casos sobrepasan la
legalidad para conseguir que su empresa cobre morosos o consiga
mejorar sus activos. Otro es reacio a ese modo de trabajo que atenta
contra contra sus principios fundamentales. ¿A quién despide la
corporación en el próximo recorte de plantilla?, al mojigato.
En un bar, un empleado se muestra
beligerante y exigente, mientras otro es sumiso y colaborador. El
dueño despedirá al sumiso: menos problemas.
Y si seguimos nos encontramos con
millones de personas que son más débiles en su relación con el
sistema económico. Son pedazos de pan, incapaces de hacer daño a
una mosca. Y son víctimas de su propia bondad, que se torna
estupidez.
Por tanto, la crisis va arrastrando
primero a esos corderos como víctimas propiciatorias y dejando a los
buitres que se alimentan, e incluso engordan, en este ambiente de
masacre.
Nuestra sociedad se divide en ganadores
y perdedores.
¿Y cuál es la solución para que
nuestra sociedad no pierda ese capital humanitario? No importa. La
cosa seguirá avanzando hasta que llegue a los buitres. Cuando ese
conjunto empiece a sufrir en carne propia los dolores de la carestía,
empezarán a presionar para que las cosas se arreglen. Y será con
esta llamada inconformista, que no acepta cualquier cosa ni a
cualquier precio, cuando se pongan en marcha soluciones de verdad.
Mientras tanto, habrá corderos que vayan al matadero sin mayores
consecuencias.
Cuando los débiles puedan beneficiarse
de la mejora, será una cuestión accidental. Habrán tenido la
suerte de que en el proceso de proteger los intereses del fuerte,
ellos han salido beneficiados.